El genocidio Americano

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Unas pocas palabras sueltas unidas exclusivamente por asociación de ideas pueden construirse en la síntesis de más de 350 años de conquista y colonialismo español en América: inquisición, genocidio, explotación, saqueo, trasculturización… No es que se elijan sólo procesos negativos, es que la mayoría de ellos fueron irremediablemente perjudiciales para sus habitantes americanos. Parece una redundancia hablar de 515 años después de evidencias notorias.



Los primeros años después de la llegada de Cristóbal Colón, que condujeron hacia la Edad de Oro del Imperio Español, se forjaron sobre las servidumbres a las que se sometía a los indios. Los españoles los tenían a su servicio personal como tatemes, o cuidadores de ganado, cargadores o servicio domésticos. Más tarde, la iglesia, su arrasadora campaña evangelizadora, destrozó la estructura social indígena; alejaba a los indios de sus agrupaciones tribales o multifamiliares para formar las congregas,



Realizando deportaciones masivas hacia lugares en climas y costumbres diferentes para la construcción de iglesias y conventos y servir a los religiosos de esas residencias. A partir de 1533 los indígenas eran obligados a proporcionarles sustento a los sacerdotes (según acuerdo legar entre Audiencia e Iglesia) a través del camarico, que consistía en la entrega diaria de un par de gallinas, y entre tres y cuatro mujeres que elaboraran pan, recogieran frutas e hicieran la comida para los caballos. La mayoría de los religiosos terminaron cobrando esta especie de impuestos en monedas de plata. Y todo ello a pesar de que en 1537 el Papa Paulo III admitió que los indios americanos eran “seres humanos, dotados de alma y razón”, en su bula “Sublimis Deus”. Algunos historiadores sospechan que las luchas políticas entre la iglesia católica y las jerarquías monásticas del siglo XVI eran lo suficientemente enconadas como para creer que la declaración del Papa se debía simplemente a un piadoso pensamiento cristiano iluminado por el Espíritu Santo.



Seguramente el reconocimiento de los indios como seres humanos era la única razón que justificaba emprender con rigor una Cruzada, evangelizadora: difícilmente se pudiera entender la llagada masiva de eclesiásticos a América con la misión de convertir animales al cristianismo. Tras semejante desembarco evangelizador se ocultaba la ambición por alcanzar las cotas de poder y riqueza que llegaron a oídos de los obispos romanos, cuando las primeras remesas de oro arribaron a Sevilla.



En la sociedad civil se repetían y multiplicaban los factores de dominación. La figura del encomendero era de fundamental importancia; autorizado por la propia Corona española se encargaba de repartir los indios de la comarca para la realización de determinados trabajos, según sus necesidades productivas y personales, y tenia la facultad de exigirles tributo. La ambición desenfrenada de los conquistadores y encomenderos llevó a someter a los indios y ofrecerlos como moneda de cambio convertible en oro.



El mismo camino seguían, los que entraban en la mita o sorteo de trabajadores realizado por los Señores del lugar, para llevar a cabo trabajos bajos en las haciendas; o los sometidos a una especia de esclavitud oculta denominada por los indígenas yanaconazgo (en quechua), igual a efectuar servicios personales para el patrón noble, entre los que se contaban también los requerimientos sexuales.



En la mayoría de los casos estas relaciones de producción eran consecuencia de la transferencia del modelo social europeo, absolutamente desi-igualitario, plagado de injusticias, privilegios y esclavitudes; aumentando en América gracias al ejercicio del poder absoluto que por gracia divina se auto-atribuían los conquistadores.



El marco de represión en el que se desarrolló este régimen de dominación ya es conocido a través de sus consecuencias. En 1492 había aproximadamente cien millones de indígenas viviendo en América (76.5 millones en Sudamérica; 13.5 en América Central y 10 millones en Norteamérica). Cien años más tarde el equilibrio demográfico se había roto de tal manera, a causa de las guerras, las enfermedades y las matanzas, que los habitantes indígenas de Suramérica se redujeron en 40 millones de personas. En 1652, los 13,5 millones de indios centroamericanos se habían transformado en 540.000. Y en 1692, en el segundo centenario del desembarco europeo en América, la población indígena total superaba apenas los 4.5 millones de habitantes, según datos proporcionados por la organización Suvival Internacional. Durante el mismo período (1503-1660) las remesas totales de metales preciosos embarcados desde América hacia España alcanzaban los 181.333 kilos de oro y 16.886.815 kilos de plata según la constancia oficial registrada en los Libros de Cuentas y Razón y Cargo y Data de la Casa de Contratación. Indudablemente, entre esos datos no se cuenta las cargas de los navíos clandestinos que no figuraban en los listados de navegación de la Casa de Contratación, ni las inversiones realizadas por los nobles burgueses españoles en castillos y mansiones en el propio territorio americano.

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